Parpadeo en la
soledad de mi cuarto, en la oscuridad de mi mente… lenta y cuidadosa.
Cuando abro los ojos
me encuentro en una manta, en medio de un campo… al parecer es un día de campo
pero - ¿estoy solo? – me pregunto mientras subo la mirada; recuerdo los colores
de esa manta son cuadros escoceses como de una falda escolar, blancos con verde…
un verde vivo, un verde amargo… de ése verde que me gusta; el verde que existe
en la oscuridad de la vida, el que incita a volver a vivir con fechorías… aquel
verde que dice que el césped y los árboles respiran cada día.
Al ir levantando la
mirada me encuentro rodeado de flores, flores de todos colores, grandes y
pequeñas, medianas y marchitas… rosas, blancas, amarillas, naranjas, lisas,
aterradas, coloreadas, con franjas… la respuesta a mi pregunta ha llegado; ella
está ahí… sin verle el rostro ni la espalda, ni el gesto en su mirada, ni el
desarrollo de sus actos sé que ella es: su vestido floreado; infalible, sus
cabellos quebrados que por cierto irreversibles… su piel blanca cual mente
intacta y su caminar pausado como una muerte sin actas. Escucho su olor a
millas de mi y lo puedo saborear… ella se da cuenta que la observo, voltea en
un momento… pausa que no quiero que termine, ella sonríe… mi mueca más seria se
esfuma, se disuelve como humo para derretirse en la sonrisa más pura,
correspondiente.
Ella hace notar que
sus ojos cierran conforme su sonrisa abre, mi corazón late y se encuentra en
debate; ella se sonroja y voltea la mirada sin decir nada, sin explicar nada ni
quitar esa sonrisa de hada… recoge flores en su sombrero, su bombín color café…
como el que me despierta en las mañanas, el café que quiero compartir con
alguien algún día; no sé si sea ella la indicada pero es extraña… el simple
hecho de ser hipnotizado por movimientos como el viento, sin sonido ni muecas
pero tampoco son acciones secas. Ella despertó en mi mirada esa sonrisa
perdida, muerta y decidida… y ella no lo sabe, ni siquiera yo lo sabía.
Pero la vida nos
sonríe y nos dice: “esperen, ya llegará el día”.
El parpadeo se torna
inmenso y la canción deja de sonar… me doy cuenta que sigo sentado, en mi
cuarto… en mi soledad, acompañado de una sonrisa; causada por esa brisa de
sentimientos y una mirada a mi interior que al fin pude encontrar.
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