domingo, 27 de mayo de 2012

Un parpadeo teletransportador.



Parpadeo en la soledad de mi cuarto, en la oscuridad de mi mente… lenta y cuidadosa.

Cuando abro los ojos me encuentro en una manta, en medio de un campo… al parecer es un día de campo pero - ¿estoy solo? – me pregunto mientras subo la mirada; recuerdo los colores de esa manta son cuadros escoceses como de una falda escolar, blancos con verde… un verde vivo, un verde amargo… de ése verde que me gusta; el verde que existe en la oscuridad de la vida, el que incita a volver a vivir con fechorías… aquel verde que dice que el césped y los árboles respiran cada día.

Al ir levantando la mirada me encuentro rodeado de flores, flores de todos colores, grandes y pequeñas, medianas y marchitas… rosas, blancas, amarillas, naranjas, lisas, aterradas, coloreadas, con franjas… la respuesta a mi pregunta ha llegado; ella está ahí… sin verle el rostro ni la espalda, ni el gesto en su mirada, ni el desarrollo de sus actos sé que ella es: su vestido floreado; infalible, sus cabellos quebrados que por cierto irreversibles… su piel blanca cual mente intacta y su caminar pausado como una muerte sin actas. Escucho su olor a millas de mi y lo puedo saborear… ella se da cuenta que la observo, voltea en un momento… pausa que no quiero que termine, ella sonríe… mi mueca más seria se esfuma, se disuelve como humo para derretirse en la sonrisa más pura, correspondiente.

Ella hace notar que sus ojos cierran conforme su sonrisa abre, mi corazón late y se encuentra en debate; ella se sonroja y voltea la mirada sin decir nada, sin explicar nada ni quitar esa sonrisa de hada… recoge flores en su sombrero, su bombín color café… como el que me despierta en las mañanas, el café que quiero compartir con alguien algún día; no sé si sea ella la indicada pero es extraña… el simple hecho de ser hipnotizado por movimientos como el viento, sin sonido ni muecas pero tampoco son acciones secas. Ella despertó en mi mirada esa sonrisa perdida, muerta y decidida… y ella no lo sabe, ni siquiera yo lo sabía.

Pero la vida nos sonríe y nos dice: “esperen, ya llegará el día”.

El parpadeo se torna inmenso y la canción deja de sonar… me doy cuenta que sigo sentado, en mi cuarto… en mi soledad, acompañado de una sonrisa; causada por esa brisa de sentimientos y una mirada a mi interior que al fin pude encontrar.

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